Hace 11 años, el 27 de agosto de 2012, fallecía el Padre José Mairlot.
El Padre Mairlot, nació en Bélgica el año 1925; En 1949 fue ordenado sacerdote. Llegó a la isla Grande de Chiloé – como misionero – a solicitud del obispo de Ancud de aquella época, Mons. Alejandro Durán Moreira.
En 1968, fue nombrado Párroco de Queilen, comunidad a la que perteneció por más de 30 años. Durante los años de servicio misionero el Padre Mairlot trabajó para el reconocimiento de la dignidad de los campesinos chilotes y sus familias. Uno de sus últimos servicios pastorales los prestó en Achao.
“Gestionó en la Isla Grande comedores infantiles, organizó a niños y jóvenes en grupos scouts, de catequesis y pastoral juvenil. Promovió y cultivó las muestras de piedad popular en las tradicionales fiestas religiosas, con especial interés por el canto litúrgico. Ayudó a la formación de trabajadores y dirigentes sindicales, y siempre se caracterizó por brindar ayuda a la gente sencilla.”
Quienes lo conocieron, lo recuerdan como un Padre peregrino que recorría los campos, cerros y el mar; a pie, a caballo, en bus, en botes y lanchas…llegando a los lugares más aislados del archipiélago, trabajando sin descanso por el reconocimiento de la dignidad de los chilotes.
Fue nombrado Hijo Ilustre de la comuna. Recibió del Estado chileno la nacionalidad por gracia: Una población de Queilen lleva su nombre.
Hoy Comunidad Parroquia Curaco de Vélez , comparte – a modo de homenaje – el texto escrito por don Abraham Andrade Delgado, dedicado a la Memoria Padre José.
Memoria Agradecida del Padre José
Texto y fotografías: Abraham Andrade Delgado
Hablar del Padre José Mairlot, implica contemplar una Presencia que lo movía constantemente. En él se percibía esa fuente inagotable de alegría, esperanza y caridad; la mística era su sello constante. Desde la alegre actitud orante de la mañana hasta la quietud del reposo de la noche, siempre Dios presente. ¿Qué situación adversa podría quitarle esa certeza absoluta de la existencia de su Señor? Ninguna. Cada adversidad era el momento oportuno para dar testimonio firme de un Padre Bueno que siempre vela por sus hijos e hijas.
¡Qué seducido por Dios estaba él que no le escatimó esfuerzo por vivir y anunciar la Buena Nueva de Jesús! Qué fuerte se sentía esa ‘suave brisa’ de la presencia de Dios en su vida que, ni siquiera esas largas esperas en las capillas para la celebración de la Eucaristía eran impedimentos para sintonizar con él y a través de él con lo Divino. Cuánto nos mimó Dios a través de su ministerio sacerdotal, cuántas caricias de lo Alto recibidas en sus acciones de párroco fraterno.
En cada alma evangelizada por él hay un sello vivo del amor siempre dispuesto. El Señor le confió una parte de su rebaño que supo cuidar muy bien; al que amó y guió. Él supo velar por la oveja débil en oración y acción constante. Por eso creo que, al llegar al tribunal Supremo, fue recibido con esas palabras que de seguro calaban hondo en su ser: “vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer, sed y diste de beber, estaba en la cárcel y me visitaste…”.
Sabemos que continúas tu misión de seguir intercediendo por todos. Tu ser de Dios, sigue intacto y se puede percibir en esa paz que regalas en el lugar donde quedó tu cuerpo.
¡Sigue intercediendo por nuestra iglesia chilota!